lunes, 14 de febrero de 2011

Cuento de un rayo de luna (segunda parte)

Veo como ha volteado Olalla, o doña Olalla, que es como la llaman los de aquí, la mano mientras un rayo de luna se la traspasa iluminándola por dentro y desvío la mirada hacia la olla tan apetitosa que sigue borboteando lentamente sobre las brasas. Bostezo y estiro las uñas y los dedos. estiro y encojo las uñas, estiro y encojo mientras decido que zona asearé ahora de mi cuerpo. Preferiría investigar dentro de la olla metiéndome de cuerpo entero o, tal vez, perseguir a esos trastos que corretean por el tejado con uñitas que tamborilean raudas en su carrera miedosa por atrapar cualquier comistrajo sobrante y poco vigilado. Sin embargo Olalla a estas horas somnolientas para los hombres se tumba en el el divan de los flojos muelles a soñar recuerdos antiguos y futuros... Cuando entra no puedo resistir rozarle con todo mi espinazo sus delicadas medias como de tela de penélope que trajo por centenares de la habana. La saliva me chorrea incontrolable ante la olla de Olalla produciéndome inevitablemente amnesia para todo aquello que me es propio según mi condición.

Yo debiera ser negro, lustroso, sedoso, brillante, de mirada peligrosa y atenta. Debiera pasarme las horas sentado con las manos apoyadas delante de mí, siguiendo con la mirada todos los movimientos de la estancia. Debiera llamarme Lucifer, Demonio, Relámpago o, tal vez, Rayo. Es posible que yo, incluso, debiera inquietar a las visitas de Olalla y debieran correr leyendas sobre ánimas, milagros, sortilegios, ... en las que la única certeza fuera que di testimónio y presagié. Sería de esperar de mí que, cuando la luna llena de enero asoma sobre los picos de los tejados, mi silueta debiera recortarse, negra, contra su blanco rostro. Soy un gato de bruja, de meiga, y de mí se espera que sea el nexo que conecta a la bruja con los mortales y con lo velado a la vista común.

Sin embargo soy un gato de palleiro. Gris a rayas todo el lomo, la parte exterior de las patas y la cola. El pecho, el cuello y la panza parece que se lo robara a un armiño. Sobre mi blanca cara visto un antifaz del mismo corte que mi lomo y mis orejas se yerguen puntiagudas y negras como aletas de tiburón. Soy un gatazo de cuatro kilos y enorme cabeza, tan ágil como vago. y tan pelota como listo. No soy ladrón porque Olalla reparte conmigo a partes iguales la pitanza abundate que le suministran entre todos sus visitantes. Pero si alguna vez, según ustedes, he robado algo, sepan que se equivocan. Tan solo soy un gran gourmet y entiendo que ese salmón dejado sobre la mesa de vuestra abierta cocina requiere de mi experta opinion felina que, con mucho gusto y relamiéndome, les doy encantado.

Como ves no soy un gato de bruja. Tampoco Olalla, la que tú, humano, llamarías mi ama, es una bruja. Yo soy un gato común y no hablo porque no me hace falta para vivir mi vida de gato. Olalla es simplemente una persona sencilla, tan verdaderamente sencilla que le pasa lo mismo que a todos los humanos que encuentran la verdadera sencillez de la vida. Olalla es como esas mentes sencillas que se dan entre pocos humanos. Almas tan sencillas como las de Don Quijote, Alber Einstein, Isaac Newton o Leonardo Da Vinci. Todos estos humanos tiene en común que miran sin prejuicios ni egoismo a su alrededor y, de una forma sencilla, comprenden lo que les rodea. Vosotros los humanos mas corrientes los tratáis de genios, de locos, o, como a olalla, de brujos. Yo, sin embargo, como soy un gato común, y estoy exhento del antropocentrismo que os caracteriza a casi todos los humanos, veo las cosas con la misma sencilla claridad que estas pocquísimas almas sencillas y nada egoístas que hay entre vosotros.

Yo, gato común, no siento extrañeza alguna frente al hecho de que, mientras os suelto esta parrafada, Olalla ha seguido contemplando un rayo de luna que traspasa su mano. Apenas han pasado unos pocos segundos en el tiempo de Olalla, pero mi tiempo, mientras, ha avanzado los suficiente para poder contar todo ésto que llevas leido. Para tí, humano comíun y auto complicado, te resulta dificil asumir que mi tiempo y el de olaya estén transcurriendo a distintas velocidades. Sin embargo Abert lo vió muy claro y muy simple:

Alber se percató de que percibimos por separado lo que es una única realidad. Aceptamos comúnmente que el tiempo y el espacio son dos entidades separadas y no nos preguntamos qué implica en nuestras vidas. Creemos que estas dos entidades, tiempo y espacio, son fijas e inamovibles y que nosotros nos movemos por ellas como mejor podemos. Pero Alber, desde su sencillez, supo ver claramente tres cosas esenciales. La primera que cualquier ente puede afirmar cuando se desplaza a una velocidad constante que está en reposo y el resto del universo se mueve en torno a él. La segunda que el tiempo es siempre una distancia recorrida que depende de la velocidad con que se recorra. Y la tercera es que todo observador puede afirmar que es él el que se mueve cuando su velocidad varia por causa de una aceleración. También se dió cuenta de que la materia siempre está buscando el contacto con la materia que le rodea y toda materia dotada de masa intenta atraer junto a sí a todo el resto de la materia que también esté dotada de masa. La materia, por tanto está siempre sufriendo una aceleracion hacia un centro marcado por su propio centro. A eso es a lo que los demás llamamos gravedad. La gravedad es la forma en que sentimos el perpetuo movimiento acelerado uniformemente hacia el centro de nuestro planeta. Alber, al conjugar todo ésto, se dio cuenta sencillamente que el tiempo y el espacio solo son perceptibles porque algo se mueve, y se dió perfecta cuenta de que cada objeto material dotado de masa es en si mísmo el tiempo y el espacio o, como lo expresó Alber, el tiempo y el espacio se alabean en torno a la masa. Concluir de esta observación que cada objeto dotado de masa tiene su propio tiempo y su propio espacio es lo mas natural. Concluir, por tanto, que existe un tiempo absoluto y un absoluto espacio es irracional. Saber, por tanto, que nada es simultáneo a nada se deriva del simple hecho de que cada masa tiene inscrita en sí misma el moldeo que le da al tiempo y al espacio en su deambilar imparable. ¿no te das cuenta, humano, que desde que salté de mi atalaya para cazar al roedor despistado hasta que tú percibieste mi acción en tu retina y aún luego, mucho después, tu inútil cerebro comprendió mi accion ha pasada necesariamente un lapso de tiempo tal que ya no puede ser simultánea mi caza y tu sorpresa?

Para mí, gato común, es totalmente natural percibir que yo mismo soy mi tiempo y mi espacio, que Olalla es su espacio y su propio tiempo. También es natural para mí saber que, al restregar mi lomo contra las medias de Olalla nuestros tiempos y espacios se sincronizan y corren parejos...

Y, como mi tiempo es mío y a mi modo lo administro, he decidio trasladarme raudo a los dominios de Morfeo. Iba a hablarte de como es sencilla Olalla para que la llames bruja. Pero como soy un gato común, cambio de parecer cuando me parece y ahora suspendo mi sincronía de tiempo contigo y te emplazo a que me visites mañana, que será dentro de un rato o tal vez de un año, y te contaré secretos que Olalla no guarda pero que nadie quiere saber.

viernes, 11 de febrero de 2011

El lobo y la luna de febrero

El tiempo de las heladas, de noches de cielos limpios y estrellados es el que suele encontrar la segunda luna llena del año cuando este lobo solitario abandona el calor de la cocina atraído inexorablemente por el resplandor azul plata que irradia desparramándose por los campos blanqueados de rocío helado. Choca mi piel contra el cuchillo polar del frío lacerándose mientras mi alma se desliza hacia el calor blanco que irradia tu enorme disco rojizo que asoma sobre el horizonte. El frío rasga mi piel de hombre dejando al descubierto este pelo prieto de lobo viejo liberándose mis movimientos. Ya mis manos y mis pies,. libres de piel de hombre, pueden ser patas y comienzan a trotar a zancadas largas y armoniosas. Muevo pareadas las patas de atrás hasta apoyarlas en la hierva justo debajo de mi pecho. Tiran los glúteos lanzando todo mi cuerpo en un movimiento armónico y suave a la par que veloz hacia adelante mientras mis patas delanteras avanzan por delante de mi cabeza. En el tirón las patas traseras se despegan del suelo cuando todo mi cuerpo se ha estirado por completo y se presenta en toda su hermosa longitud con el pelaje brillando en plata y oro lunar, saliendo y chorros de vapor de de entre mis fauces, toman leve contacto mis patas delanteras con el suelo y ya las traseras las alcanzan, apoyan y tiran de nuevo... en silencio sobre mis almohadillas galopo colina arriba y en la cima acaba mi carrera y me siento frente a ti. Inicio mi canto de notas largas, largas. Tú, alzándote durante una eternidad sobre el horizonte enmarcas en tu halo redondo mi figura para mostrársela a los pastores.... Tu lenta luz que niega el frío de esta noche de febrero arrastra las notas de mi canto derramándolo como lenta ola por la pendiente de la colina reproduciendo una vez mas el milagro del retorno de la la primavera. Nota a nota, Fotón a fotón, nuestra energía se reparte átomo a átomo por cada hierva, cada arbusto, cada roble, cada conejo, cada liebre llamando al despertar del letargo. Empieza la savia a correr despacio por las venas desusadas todo este invierno y la vida, una vez mas, se dispone a nacer.


Por fin tu halo deja de enmarcar mi figura y mi voz entona la ultima nota de mi canto y el milagro ya se ha producido. Tu sigues ascendiendo hacia el cenit e iluminas los campos helados, los robles congelados, las bocas negras que parecen sin vida de las madrigueras de los conejos, los tejados de los hombres por cuyas chimeneas salen tenues vahos de rescoldo apagado y nada parece haber cambiado tras del milagro. Hemos hecho nuestro trabajo: hemos puesto en marcha la primavera pero aun tendrás que andar otros 28 días tu carrusel cotidiano para que el mundo comprenda que, como cada año, el milagro se ha producido.


Continúas ascendiendo al cenit contando lentamente constelaciones mientras yo sigo sentado en la colina siguiendo con la mirada tu camino. Canto, pero en voz muy bajita, las notas largas de nuestra canción ahora ya inútil porque el milagro ya está hecho. Sin embargo ahora ya no canto tu energía renacedora si no que canto tu distancia que me desgarra, tu promesa de ausencia y la esperanza de tu puntual regreso. Con una lágrima desvío la mirada de ti para despertar mis músculos lentamente, incorporarme y descender la colina en soledad. Voy recogiendo los jirones de mi piel humana y me los voy vistiendo notando su dureza helada que me yergue sobre mis patas para parece bípedo de nuevo. Alcanzo la puerta de la cocina y corro hacia el hogar donde el rescoldo apenas ilumina ya la estancia y hecho una brazada de leña. Estiendo las manos sobre el fuego tiritando porque esta piel de hombre ha juntado demasiado frío. Ya soy hombre en todo mi aspecto cuando me acuesto en el jergón al lado de la lumbre. Por la ventana aun puedo verte y te ruego que mañana vuelvas puntual a la colina. Cantaré para ti mis notas largas, solo para tí porque ya hemos llamado a la primavera y mañana la canción será solo para acompañar tu camino al cenit..


miércoles, 9 de febrero de 2011

Este blog es muy aburrido

El correo electrónico me suministra la inesperada sorpresa de enterarme que hay unos pocos lectores de mi blog... Sencillamente no me esperaba que pudiera interesar a muchos lo muy poco que tengo para contar. O, mejor dicho, lo muy poco que quiero contar.


Esta entrada que hoy escribo es, además de para agradecer muy sinceramente que alguien se tome la molestia de leer mis cosas, para contestar a una crítica que he recibido y que me parece, cuando menos, justa y respetable:


Con mucha educación varios me sugieren que debería hacer modificaciones en el blog:


        • Modificaciones de diseño para hacerlo mas llamativo y atractivo.

        • Modiificaciones de contenido en dos sentidos: el primero hacer mas cortas las entradas y el segundo incluir muchas mas imágenes, vídeos y otros elementos que le den un atractivo mayor.


Aclararé, por tanto, que pretendo en este blog:


NO PRETENDO NADA EN CONCRETO con mi blog mas allá de entretenerme dando a conocer por el método de exposición simple los textos que voy pariendo con mi pluma. Como habréis observado, en su mayoría son cuentos que remedan de mala manera a otros cuentos escritos por grandes autores. Mi grano de arena consiste en contarlos a mi manera como los recuerdo y mezclándolos en un crisol cuyas variables son completamente aleatorias.


El aspecto del blog es totalmente simple, aséptico de comercialidad, salvo por los anuncios que google inserta, y, sobre todo, completamente exento de elementos que desvíen la atención del puro hecho de leer. Esto lo hago así a imitación de como es, estéticamente hablando, un libro cualquiera, cuyo único atractivo visual se concentra en la portada. El resto del libro no es mas que una sucesión de caracteres tipográficos que narran una historia y es la historia la que debe prender en el lector.


Respecto al contenido permitidme que aclare que concibo mi blog como un libro de narraciones cortas, no como una revista.. En él deposito textos que se me van ocurriendo para que quien quiera los lea. No es responsabilidad mía lo mucho o poco que puedan gustar estos textos.


Os aclararé como escribo: Durante un rato pienso un hilo de una historia y luego me siento a teclearla hasta donde me venga la inspiración. Reviso la ortografía y la gramática y la vuelco al blog directamente, o la aparco en cualquier rincón del disco duro. Para continuar con un cuento que he empezado antes lo que hago es leer la parte anterior, pensar un ratito y, a continuación, escribir lo que se me ocurra y... ahí está: Otro fragmento del cuento!!!. Por supuesto que antes de escribirlo no tengo ni idea por donde va a transcurrir; ni cuando termino de escribir una parte sé por donde va a continuar la siguiente. Solo sé después de escribir alguna de las partes que ésa, la recién escrita, es la última del cuento que ahora me ocupa.


Y, por último, dejadme daros con toda mi sinceridad las gracias a aquellos que os tomáis la molestia de leer algo de lo que yo escribo. Además quiero pediros un favor: Leed mis cosas solo hasta donde os resulten interesantes. No me leáis porque sea yo quien escribe, leed porque os guste lo que leéis. Yo nunca leo el nombre del autor de un libro hasta que he terminado el libro para no condicionarme de manera previa a su lectura.


Gracias a todos por la delicadeza con que sabéis decirme que este blog es un puro aburrimiento.

lunes, 7 de febrero de 2011

Quijote de sábado en la noche

(Si Don Miguel de Cervantes y Saavedra levanta la cabeza no dudeis, mis amigos, que la mia cercena a bocados mientras arroja lo que de mí quede a los galgos o a los podencos. Le pidos mis mas humildes disculpas Don miguel por atreverme a remedarle en este pobre e insulso cuento, Ya sabe, querido maestro, que la ignorancia es atrevida y mi ignorancia es grande)


En un barrio madrileño, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha tanto vivía un hidalgo trasnochado de esos que buscan, un sábado noche alcoholizado, a dulcinea desencantada de la maleficencia que la convirtiera en labradora cabraloca, y, en como no la hallando en su pletórico resplandor de mieles de belleza, concluyen no haber Sancho cumplido su promesa de fustigarse las posaderas, beben otra copa y, cigarro en ristre, piropo antiguo, baba colgante y evidente, traje lamparillado, mirada enrojecida y mas sueño y voluntad que acierto, aborda a la gorda aquella meneante que, con sorna, le despacha y se oculta, risitas y cuchicheos, tras de sus amigas.


Bamboleos y tumbos, advertencia de algún camarero, un portero de garito que le dice “no”, le van empujando a la estación del metro donde le retumba la cabeza el primer convoy de la mañana devolviéndole la consciencia del ridículo, la cruda realidad solitaria y devolviéndole a su sesentametrino piso de dormitorio con cama de muelles flojos, cuarto de baño nunca silencioso, amarillo y oloroso, salón de sofás de símil piel gastados, nevera con carne de tercera pero de otra era y algo verde, una panera de corroscos repleta, cuatro latas de anchoas, sartén multiusos abollada y requemada, espumadera, lavadora andarina con mucha marcha terror de la vecina, una chavala que por cuatro perras barre para debajo de la cama y una portera que por lo que le queda aún, le deja rebañar del pote de las lentejas. Es esta y no otra la hacienda del que, dicen, llamaban Pepe o Pepito que en esto los eruditos estudiosos de esta certera y dolorosa historia no acaban de ponerse de acuerdo.


Transcurren sus días y sus semanas sin domingo. Ceden escandalosos los muelles de su cama bajo su peso al final de este sábado de pena que será gloria en sus sueños de quimera y amanece el lunes, - no recuerda si comió o bebió algo desde el sábado -, se incrusta en el metro. Ya en la obra acarrea, amasa, vuelve a acarrear, a veces bromea, silba a unas piernas que pasan, o solo babea. Bocadillo de la portera: tortilla hecha deprisa y quemada, nada de substancia, cervezas a la salida, mas metro, compra mas latas, pide mas pizzas, mas metro ruidoso, pagar a la chica que barre para debajo de las camas. No queda pela pero en tres o cuatro garitos aún le fían. Cerveza de nuevo, charla hasta las tantas con una moza desocupada que le cuenta sus desavenencias amorosas, le agradece la gran amistad que les une y le deja con la palabra en la boca y la soledad cotidiana, mas presente que nunca, a la primera que ella ve a un maromo musculitos que dice, “nena, tú tendrás problemas conmigo”. “¡Dulcinea!”, Dice en silencio. Mira en torno esperando que nadie vea como se queda apartado a un lado. Habla a cualquiera sin saber apenas que dice mientras, corazón a 120 pulsaciones, decide esperar una o dos horas a marcharse para no resultar evidente ni gritar “¡Dulcinea!” Y ser ridículo y verla desaparecer para siempre. Cuenta los segundos y aún las décimas de segundo y, en lo que ella baila, se deja estrujar y se aleja en esos juegos de seducción que se sabe gastar, él solo revive un tanto cuando pasa por su lado a pedirle otro cigarro, que pague el cubata o, simplemente, decirle dos palabras para acentuar la curiosidad del maromo musculitos. Contando segundos y segundos que nunca se acaban de contar va pasando una hora y aún otra y él sólo espera que sea mañana. Mañana ella volverá contando excelencias del maromo. Aguantará. Pasado el maromo estará con otra víctima. Ella llorará un poco mientras mira y otea para encontrar al siguiente. Él, en silencio seguirá diciendo con infinita dulzura “¡Dulcinea!” Y se sentirá por una centésima de segundo feliz de acariciar el pelo de la que parece tan deshecha. “¡Dulcinea!”.

Toma valor nervioso, -“apúntamelo, Mariano en mi cuenta”- y sale directo a clavarse los muelles de la cama en el costado. Sigue el martes o el miércoles o el jueves porque el dia es igual a cualquier otro y se encuentra de nuevo con un primero de mes de paga, demasiada cerveza, risas y juerga galopante a la que sigue otro día de masa y acarreos.


Un dia segundo del mes del equinocio de primavera chillan los frenos del metro en la estación de Banco de España escupiendo ríos humanos apresurados hacia sus oficinas y arrastra a Pepe hacia la mortecina luz de las ocho de la mañana en la calle de alcalá. Apresura el paso para doblar hacia Recoletos pero una nube surca su mirada y una lágrima muy vieja acierta a salir rodando mejilla abajo despeñándose sobre las baldosas rojas y blancas de los impares de la calle alcalá. Siente un temblor muy hondo y muy recóndito que va en aumento y siente algo rajarse como una sandía chocando contra el suelo. Mira sus manos rotas y arañadas de los ladrillos y el cemento para comprender que el tiempo se le escapa, los sueños no se cumplen, Dulcinea no aparece. Nace sorda pero creciente una rebeldía nueva. Baja sus manos al pantalón y se encuentra con su paga del mes prácticamente intacta, -¿quién pagaría las copas de anoche?-. Nota como conceptos muy básicos como El Deber, la responsabilidad y otros se diluyen en un éter vacío que los aniquila de todo sentido y 0echa a andar hacia la Puerta del sol mientras dice a un policía municipal y a dos voluntarios de protección civil –“hoy no me da la gana amasar cemento”-.


Llega a Sol, sigue por preciados hasta Callao y baja por Gran Vía hacia plaza de España. Cruza la plaza de España para enfilar princesa caminando por la línea divisoria de los dos sentidos del tráfico. Pitidos y palabras malsonantes le resbalan mientras prosigue su marcha goteando de cuando en cuando otra lágrima vieja y despistada. En Moncloa vuelve a la acera pero no se detiene. Camina por la cuneta de la A-6 y doce horas después comienza a subir el puerto de los Leones. En la cima, otras seis horas mas tarde, gira a la derecha, avanza cien metros y se sienta. No tiene frío, ni hambre, ni sed. Siente hormiguear las piernas y una maldición se le escapa del pecho en voz muy bajita. Otra lágrima vieja acierta a encontrar el borde del ojo despeñándose sobre los guijarros puntiagudos donde se ha sentado. Durante unos segundos contiene la respiración sintiendo como un fuego en el pecho va quemando lacerante con voraz urgencia. Nota como se tensan las cuerdas bocales; llena profundamente los pulmones y grita: -“¡hoy no me da la gana acarrear ladrillos!”-


martes, 25 de enero de 2011

cuento de un rayo de luna (primera parte)

Un último relámpago de sol en las postrimerías del atardecer penetra, cálido aún, por una rendija de la madera de las contraventanas. Millones de partículas de polvo cobran vida y materia cuando el rayo las traspasa y acompañan su recorrido por la pared opuesta hasta que se apaga definitivamente dejando la habitación a obscuras, con sueño, y con canciones de carcomas afanadas en las vigas requemadas del humo de la chimenea. Roen los ratones y un gato negro expande sus pupilas iridiscentes que emiten una luz peligrosa y se desliza sobre las almohadillas de sus patas, sin sonido, acechando y preparando la envestida, cuando se abre la puerta y entra la claridad hiriente de una antorcha que avanza por el cuarto directa al hogar; cae sobre los leños ya dispuestos inflamándolos casi instantáneamente. Huyen los roedores y el gato, decepcionado por la frustrada caza, se acerca maullando a las medias de Olalla la meiga de Torneiros de Riocaldo


La llama ha menguado un tanto después del vigor inicial. Olalla coloca un tres pies sobre las brasas y, encima, una olla de mediano tamaño que pronto suelta un vaho apetitoso de caldo de berzas. El gato insiste incansable hasta que recibe un trozo de cuero cocido y se retira a un rincón a saborearlo. Se satura el olfato y deja de olerse la olla y sus efluvios. La llama mengua otro tanto mas y se queda hecha rescoldo luminoso. Arroja un tronco de carballo a la lumbre, que se quema despacio sin humo ni llama, y se tiende en un diván de muelles cantarines mientras evoca, como cada día, a aquel forastero que vino un día con su camioneta pregonando las excelencias de los colchones, somieres y divanes “El dormilón feliz”... No fue caro, pero fueron difíciles de domesticar esos muelles que, desde el primer día, cantaban canciones oxidadas. Enciende una radio tan ahumada como el resto del cuarto que suena en extranjero dulces músicas que hacen pensar en playas tropicales como las que conociera, hace tanto ya, en La Habana cuando su abuelo la reclamó para heredar su fortuna... que luego no era tal, sino un estercolero de deudas y fraudes que los acreedores rapiñaron sin piedad ni entre ellos. La voz femenina, de notas graves y reposada, de la radio recita versos de un tal Lorca, y desgrana las cuentas de un rosario hecho de canciones que se hacen mas y más empalagosas. Olalla se deja arrullar y rememora aquellas noches interminables en la esquina de los cafés y los hoteles de los ricos en el centro de la habana vieja ofreciendo por bagatelas y fruslerías un cuerpo que, sino fue el más bonito, fue joven y daba calor y, cuando menos, mereció el respeto que nadie le dio.


Humillación a humillación fue perdiendo la alegría y ganando los pesos de un pasaje que la devolvió hace un cuarto de siglo a Torneiros envuelta de un halo mágico de suposiciones y leyendas. Se trajo consigo un extraño naipe de figuras barrocas que ella llamaba Tarot y los de aquí acabaron llamándolo la baraja de Doña Olalla. Nunca supo en realidad como se metió a predecir y aconsejar a sus vecinos. No supo realmente jamas si existía algo mágico en sus pases. Solo sabía que mientras estaba distribuyendo las gastadas cartas sobre el tapete verde algo se adueñaba de ella y le hablaba en voz muy bajita susurrándole los secretos de sus vecinos. Alguna vez doña Olalla habló de los cuentos de la habana vieja sin pudor y sin querer encandilar a la audiencia; pero, como las más de las veces callaba y observaba desde el centro de un inmenso mar de melancolía, los de aquí, fascinados por su rara belleza inabarcable y sin edad, fueron añadiendo misterios al misterio e hicieron la leyenda tan de aquí que olvidaron que fue persona y la confirieron de dotes y artes de los antiguos druidas y la emparentaron y reencarnaron con éstos en un volver de los tiempos de Arturo y Breogán.


Olalla no logra rememorar cuando estuvo triste por primera vez. Solo percibe que la honda tristeza es parte de su más íntima esencia. Es como si siempre hubiera estado triste sin causa, como si la tristeza fuera una fibra, un hilo que teje su alma y la alumbra de conocimiento sobre sus semejantes. En sus pensamientos no hay juicios ni sentencias, solo una comprensión infinita de cada virtud cardinal y de cada pecado capital como si un crisol le revelara que los hechos de los hombres no son mas que puntas de tremendos bloques de hielo flotando a la deriva, dando tumbos entre las corrientes marinas, mostrando ahora al bienaventurado, ahora al pecador consumado, ahora al tibio, ahora al déspota, ahora al amante...


En un movimiento automático, a fuerza de hacerlo incontables las veces, desliza la mano a un cestillo lleno de hiervas aromáticas que lanza al rescoldo y sus ojos, entre el color de las aceitunas secas y la madera centenaria que conforman las vigas de la estancia, aumentan de brillo y se humedecen. Desde la distancia de su infancia oye su voz de niña, olvidada tanto tiempo, que la llama y la invita a abrir los ojos y mirar hacia su mano. Mira despistada atendiendo a la voz. Observa su mano, sus dedos largos y finos surcados por cientos de marcas diminutas que narran historias de las faenas de cada día y se duelen lacerados de los jabones. Observa las líneas de la palma que forman dibujos jeroglíficos que parecen que hoy quieren revelarse en todo su significado y Olalla presiente que conoce su significado, que cuentan, si aprende a leerlos, toda su historia. Quiere contemplar el envés de ésta, su mano, en la que nunca antes había reparado y la voltea rotando la muñeca mientras se le cuela en la mirada el haz de un rayo de luna que atraviesa una raja de las contras de la ventana.