miércoles, 11 de marzo de 2009

Cuento de la luna llena (primera parte)

Ronca, rasga, gruñe y rechina la piedra del molino avisando al molinero que la tolva se ha quedado sin grano. Despierta como la centella y, antes de pensarlo siquiera, ajusta los husos y las poleas para levantar ligeramente la piedra superior de la rueda del molino; separa el último puñado de harina molida que se ha quemado por la excesiva velocidad de la rueda al irse quedando sin grano; vuelca varios sacos sobre la tolva y, cerrando los ojos aún adormilados, se las promete felices de volver a su camastro cerca del tejado a seguir soñando con... ¿con qué?... ¿Y esa claridad?, ¿Habrá amanecido?. No había encendido el candil y en el hogar hay rescoldos tibios pero ya sin llama; sin embargo la luz del ambiente define los objetos con esa claridad blanquiazulada que los dota de todos sus atributos excepto del su verdadero color, tal como se dibujan en los sueños más vívidos. Le entra la duda; ¿seguirá dormido?. No es posible. Años de experiencia y convivencia con las piedras del molino no engañan a un molinero con sus canciones bruscas pidiendo mas harina. La piedra reclamó el grano para molerlo y el molinero atendió puntual la tarea. Se pellizca y sabe que no duerme. Pero la claridad ha variado haciéndose como leche, saturando la retina de blancura. Las muelas, los sacos de harina y grano, el pote que hay sobre las brasas y los tizones humeantes, el camastro, las tejas del tejado... Todo ha cedido su atributo de color mudando en una infinita gama de blancos, blancos níveos, cálidos, gélidos, lechosos, marmóreos, calcáreos, salinos, blancos tantos y tan diversos que no hay sitio para otros colores ni para grises o negros aún cuando sea por negación de tanto blanco. La luz blanca sigue creciendo, pero como ya no puede saturar mas la retina se empieza a hacer líquida, como niebla, al principio, como torrente caudaloso o como manantial fresco. El molinero siente como la luz moja su piel y comienza a beberla antes de que le ahogue. Siente que el aire está siendo reemplazado por esa luz que se ve, se toca, se oye, se huele, se saborea y se respira. Mira al tejado y ve como toda esa blancura se derrama por las goteras y los canales de las tejas como la lluvia copiosa del mes de febrero y los goterones hablan con voz adolescente de mujer. Y entiende, por fin, lo que dice la voz:

¡Abre!, ¿No me habías llamado tantas veces?. ¿No me habías mirado tantas veces en silencio llorando, pidiendo que algún día fuera solo tuya... aún cuando sabías que todos alzaban la vista hacia mí y todos y ninguno me poseía?. ¡Abre!, ¡Soy yo, la luna llena, que vengo a llevarte de aquí!

Cuento de la luna llena (segunda parte)

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La alarma fue dada por las lavanderas. Estas habían salido con el primer rayo del alba, río arriba, con su carga de miserias ajenas, cuando, al azar, la más pícara, mirándose en los reflejos del agua por ver si aún se notaban huellas de la noche pasada, vio como hebras de hilo blanco o culebrillas fosforescentes que fluían entremezcladas con la corriente. Se paró curiosa y llamó al resto para que vieran el prodigio que estaba sucediendo. Poco a poco desaparecía el agua del río y era sustituida por infinitas y minúsculas hebras de luz; de una luz que a todas era familiar; tan familiar que no podía reconocerla. Una rompió el silencio que se había instalado sobre el grupo:


  • ¡Parece...! ¿¡Es luz de luna!?


Se quedaron pasmadas.


Se filtraba por sus corazones algo entre miedo al prodigio, incredulidad y fascinación. Avanzaron unos metros para dar una curva y divisaron el molino. ¡Se estaba licuando o fundiendo como un muñeco de nieve! , ¡No, no!, no se fundía, era como si algún gigante estuviera vertiendo una gran cucharada de queso fundido sobre la construcción; pero no era queso, era luz. Todas supieron al instante que esa luz podía tocarse, olerse y beberse.


  • Parece que alguien estuviera vaciando un pote de queso de luz –decía una- encima del molino y el sobrante se fuera por el canal abajo. ¡Si parece que tiene hasta el hilo de ir resbalando del pote!


Miraron hacia el techo y vieron ese hilo de luz que descendía derramándose sobre el molino. Lo siguieron con la mirada hasta topar con ¡la luna!. ¡La luna se está derramando sobre el molino!. Se vaciaba por el vértice inferior que presenta en su fase creciente. Sin embargo hoy tocaba luna llena y estaba como si estuviera menguando pero no por el lado de menguar sino como si estuviera creciendo al revés y a simple vista. Corrieron todas dejando las cestas de la ropa atrás y alguna en el colmo del miedo aún tuvo tiempo de apreciar como Eulalia la tullida las adelantaba flexionando en la carrera la rodilla que nunca antes había podido doblar.

Cuento de la luna llena (tercera parte)

El rumor circuló por Torneiros de Ríocaldo y toda la comarca de Lobios y el Gêrés más veloz que los aluviones de principios de la primavera. Antes de la hora del almuerzo está todo el pueblo congregado espontáneamente en la tienda-café de Evaristo. Acaba de llegar el último grupo que había subido a eso de las once hasta el molino. No hay mucha variación en lo que cuentan, pero han visto sacos de harina fuera del molino y se atrevieron a cargar uno. Don Senén, el Sr. Juez de paz, se hace cargo de abrir el saco que relumbra como si dentro hubieran metido una vela. Desparrama un buen puñado de harina impregnada de luz sobre el mármol antiguo de una mesa de las de jugar al dominó y todos retroceden un paso. Es harina, sí. Pero esta como mezclada con motas o granos, aún más tenues que la propia harina, de algo que es luz de luna sólida. Silencio denso, respiración contenida. Las miradas van del saco de harina a la mesa, del juez al alcalde y de este al único licenciado, además del cura y del boticario, que hay en torneiros. Estallan todos a una en comentarios: vociferan... hay quien reclama al cura que certifique el milagro y los más le ruegan que exhorcise a aquel saco venido del Maligno. En medio del caos de voces, inexplicablemente, oyen todos claramente el tintineo de las campanillas de la puerta del café. Se vuelven a tiempo de ver cómo termina de abriste la puerta, con mucha calma, despacio, movida por una mano apenas recubierta de una piel traslúcida llena de pliegues centenarios y con un algo femenino que habla de una mujer que debió ser hermosa. Entra una figura casi etérea, casi sin solidez, cubierta por un chal negro de lino muy bien calcetado. Un pañuelo de seda sujeta el naciente de un cabello nevado por completo que alumbra tanto como la harina del saco. Es una mujer cuya cara emite un aura de antigua hermosura que los ciento tres años que arrastra no han podido ocultar del todo. Los más jóvenes no la conocen porque lleva mas de treinta años convaleciente en su cama esperando dar el salto al otro lado. Susurra alguien al cura que Dña. Iria, así se llama la mujer, era meiga y de las de armas tomar, que, decía su padre, que los viejos la temían y confiaban en sus remedios. Doña Iria avanza por el local dejando tras de sí una estela serena. Alguno se pregunta si camina o simplemente flota a algunos milímetros sobre el suelo. Una eternidad después, que a todos ha ido subyugando y calmando, llega al saco y mete la mano. La levanta y deja escurrir la harina-luz entre sus dedos mientras sonríe evocando tiempos remotos. Regresa desde muy ayer y sonríe a los de hoy con tal intensidad que todos tienen la sensación de que todo es perfecto y está en total calma. Una vocecilla leve y cristalina emite un “¡hum!” que hace callar incluso a las moscas y habla:

- ¡Ya está la Luna llena otra vez haciendo de sus misericordias!. La luna es fría y cruel para con sus amantes. Ignora plácidamente todos nuestros asuntos y se ríe en nuestra propia cara de nuestros fracasos y desazones. En general le importamos un comino a la luna llena. Nos observa y aprende nuestras historias para reírse allá en su Olimpo inalcanzable. Y se ríe, sobre todo, cuando alguno la dedica su amor y padece por ella. Conoce nuestra alma como nosotros conocemos la cama en que dormimos cada noche y, de tanto conocernos por dentro y por fuera, a veces toma partido. La luna sólo no se ríe cuando percibe que un alma humana rica en amor se va llenando de agujeros. Agujeros grandes y pequeños, agujeros que traspasan el alma de punta a punta, agujeros taladrados por la soledad que deja el que te abandona o te olvida. Agujeros perforados por la iniquidad de quien no te supo querer. Agujeros que horadan la vida como la carcoma en sus partidas de injusticia e incomprensión. Cuando la luna llena ve un alma en la que nace un agujero no actúa, pero deja de reírse por un instante. Pero, si los agujeros son tantos que ya no queda alma para contenerlos, la luna deja de sonreír, se inclina un poco, se hace líquida y se vierte sobre la mutilada alma para rellenar todos y cada uno de sus huecos y agujeros. Luego luna y alma se funden y se desparrama por los campos y los arroyos, descienden a los ríos y se van a flotar sobre el mar para que el sol las regenere y las evapore devolviendo una luna nueva a su residencia olímpica. Así la luna se va haciendo sabia fundiéndose con las mejores almas de los humanos. Así va riéndose cada vez más, en una escalada infinita de humanas experiencias, de las pobres vanidades de los egoístas que la contemplan y la pretenden. Los que, por un casual, se topan con la Luna fundida fluyendo en busca del mar deberían beberla: aquellos de alma noble sentirán una nueva energía que remplazará su sangre y serán clarividentes. Pero los que portan inquina en su corazón serán erosionados poco a poco hasta su desaparición. Y ahora: ¡bebed la luna!

miércoles, 4 de marzo de 2009

el caballero bajo la ventana


Se asoma a la ventana de su alcoba para comprobar, una vez mas, que el caballero sigue ahí, impertérrito, bajo el balcón. Hace diez años se apostó ahí y sólo dijo una vez:

-“te amo, Juana”

y calló para siempre.

Ella al verle sintió entre risa y lastima de ese esperpento. Miró su cuerpo enclenque incapaz de vencer a ningún caballero, su pierna tullida que apenas le ayuda a sostenerse en pie, sus ojos que no miran a ninguna parte ni nada dicen, ojos que no saben expresar ni saben de la intensidad ni del lenguaje; Miró su simplicidad y su fealdad y sintió lástima y risa.

-“¿Cómo osas amarme?, ¿Qué puedes darme tú, simple y feo? ; Yo, reina de reinas, podría regalarte por un tiempo lo que no mereces pero perdería mi corona ante mis vasallas. Aléjate, o sé mi mas humilde paje; pero no sueñes mis favores... ¿Es que no comprendes que yo soy miel y tú, boca de asno, no puedes paladearme?”

El caballero, desde una remota profundidad respondió con una voz triste y desagradable:
-“Te amo, Juana, porque soy como tú, un corazón que vive en soledad. Te esperaré aquí bajo el sol y bajo la lluvia hasta que te desprendas de tu ropaje de divina y seas mortal como yo”.

Desde entonces el caballero sigue apostado bajo la ventana y ve como el tiempo le desmigaja el rostro, la sonrisa, le clarea el pelo y le vacía aún mas la mirada. Diez años bajo el balcón consumiéndose bajo los elementos, anquilosado de no moverse y, de pronto, sacude los músculos, reúne los movimientos, se apoya en el cayado y, a trompicones, comienza a andar hacia el horizonte sin importarle el frió ni la nieve que le azotan inmisericordes. Juana nota como se le rasga la blusa, primero, y luego la piel y la carne y sale de entre sus costillas un líquido espeso que se derrama hasta el suelo adoptando forma de corazón. No siente ningún dolor y perpleja mira como esta forma que ha salido de su pecho se desliza como un caracol acertando a tomar el rumbo de las huellas del caballero que se aleja sin volver la vista atrás.

-“¿Qué eres tú, que has salido así de mi pecho?”.

- “Soy tu corazón que me marcho tras la estela de soledad del caballero que se aleja. No te sorprendas, Juana, soy tu más intimo yo, que he decidido abandonarte porque tú nunca me has conocido y el caballero sí supo de mí y me amó desde que me vio. Ahora marchamos los dos a una aventura sin retorno y te dejamos en medio de tu soledad y tu incuestionable belleza de Diosa. No te preocupes pues no sentirás dolor alguno dado que ese sentir me correspondía a mí, tu mas intimo yo, y te dejo para siempre”.

Carta a la luna de un lobo.


Los amores son como el sol de verano en la playa. Apenas puedes levantar la vista hacia él, que te deslumbra. Te tuesta y te da bronce, te quema cuando te descuidas. Apenas sabes como es su rostro porque no puedes sostenerle la mirada. Los amigos son como la luna. La miras y parece que deslumbra pero conoces su rostro porque no hiere la retina. Brilla con luz prestada y no siempre la ves. El Sol te quema aun cuando pretendas ignorarlo y cuanto más lo ignoras mas te quema. La luna esta siempre ahí arriba mirando y la encuentras cada vez que te acuerdas de ella. La luna desaparece de tu mente pero no se va; está ahí siempre para cuando quieres acordarte de su presencia. A veces la luna, cuando el sol desaparece por un tiempo de la vida, se empeña en dar el calor que su prestada luz no alcanza a producir... entonces los luneros salimos a contemplarla, manada de devotos sin ídolos, y lloramos las ausencias y los recuerdos.


Yo, que nací luna, quería ser Sol. No quería siquiera ser un sol de playa mediterránea de esos que sacan los matices azules de las casitas enjalbegadas de blanca cal que se acuestan sobre las colinas mirando hacia la mar. Mas bien quería ser un sol de media mañana en el mes de febrero que disipa un tanto el frío de los huesos y desentumece las manos de los labradores. Quería apenas ser un sol de invierno que se asoma tímido a través de las despistadas nubes que apenas recorre un corto tramo del día y ni siquiera alcanza el cenit ni llega a las umbrías donde el hielo se refugia hasta casi final de la primavera. Apenas quería ser un sol tibio y discreto y confortable que seca las alas ateridas de los pájaros y saca, por un instante, a los conejos recién nacidos de las madrigueras. Un sol, en definitiva, de esos que se deja vencer por los elementos y solo calienta cuando éstos se lo permiten. Pero un sol, eso sí, que brille con luz propia y que ciegue la retina de sus contempladores.


Pero soy luna y acompaño los sueños con mi pálida luz prestada. Floto aquí en el negro espacio y siento el frío de una luz insuficiente. Irradio esa luz gastada intentando calentar algún corazón solitario que me mire. Mi luz me la prestaron muchos poetas que hablaron de todos los sentimientos de la especie elegida dejándome sus palabras mágicas que intento hilar sin mucho concierto. Me prestaron también su luz todos los filósofos del mundo que quisieron definir al homo sapiens sin conseguirlo y yo navego y me mareo entre tanta idea. Y cada humano que acertó a pasar ante mí sin percatarse de mi presencia también me prestó su luz de sentimientos, contradicciones, melancolía y amor que yo acumulo sobre una bandeja de latón sin saber cómo administrar. Toda esa luz, infinitesimal parte de la luz, pero tanta luz para mí, voy irradiando con toda mi fuerza con un brillo que no tengo y un calor que apenas alcanza a llamarse tal.


Soy hijo de la luna y, cuando el mundo descansa, yo salgo a cantar la canción del lobo solitario sobre los montes y las colinas. Un canto viejo lleno de notas largas y melancólicas que habla de los sueños que no se realizan nunca, que cuenta cómo las princesas en sus castillos esperan la venida del príncipe azul y recelan de la noche que pudiera herir al amado, que relata cómo un amante llora a la ausente hasta el amanecer, que narra los recuerdos de una anciana que desgrana un último rosario antes de emprender un definitivo viaje sin retorno.


Soy lunero, alma hecha de ladrillos de melancolía, respiro melancolía y vivo navegando por un océano de melancolía acercándome de cuando en cuando a las playas de lo humano a sentir la envidia del solitario. Me escondo tras las rocas a admirar a los hombres y sueño las palabras que hilaría en honor de ellos. Reúno valor, si lo hay, y salgo a la arena con mi piel prestada de hombre a decir mi discurso. Pero, apenas la voz se forma en mi garganta, así como nace, ya muere desolada porque comprendo que no voy a decir nada. Siento entonces miedo del humano, regreso a las rocas, miro un momento atrás intentando recuperar el valor y, al final, pongo proa al centro de mi océano de melancolía donde está mi hogar verdadero y mi pobre esencia. Ahora estoy de regreso en mi hogar, en el centro de mi océano de melancolía y soledad. Estoy cansado y no quiero regresar a la humana playa. Siento un miedo viejo, rehuyo a los hombres porque son más grandes que mi comprensión y su contacto me reduce a nada, a mí, que apenas soy fotón de la prestada luz de una luna llena de febrero. Estoy bien aquí en el centro de toda la melancolía. Aquí soy yo. Aquí manejo mi máquina de tejer sueños y construyo un universo en miniatura suficiente para mí. Solo me turba saber que los límites de mi universo están cubiertos por una piel de hombre que los otros hombres ven. Me turbo porque los que me ven esperan que tras la piel haya, eso, un hombre y yo apenas puedo ofrecerles un fotón, un lunero, un lobo tímido y huidizo que espera que cualquier mano, que quizá solo pretendía acariciar, lleve un palo de duro abedul presto a golpear.


¡Oh, Dios, si es que eres!, ¡Que dificil me resulta, minúsculo fotón, corpúsculo elemental de energía, simular ser hombre y no desaparecer en el intento!. Estoy tan bien en el centro de mi soledad, en el fondo de mi melancolía, que no llego a comprender qué me impulsa a navegar a la playa de los hombres. Aquí soy un sueño que se sueña a sí mismo, pero en la playa de lo humano soy grano de arena que nunca quiso ser tal. No quiero ser arena que los pies hoyen, quiero ser fotón de la luz prestada a la luna que viaja solo y consciente por el espacio frío navegando sin timón ni norte.


martes, 3 de marzo de 2009

Bienvenidos.


Heme aquí ensayando algo nuevo: Suelo poner la lavadora de los pensamientos en la soledad de mi cuarto sin testigos ni oyentes. No me importa ello demasidado porque así lo he hecho siempre. Sin embargo hoy me ha dado la ventolera de lanzar a un mundo virtual los desechos del centrifugado de mi mente con la esperanza vana de que a alguien, de algún modo, le sirvan para echar una sonrisa mientras piensa que este autor está un mucho desequilibrado o, quiza, corriendo hacia la demencia senil a paso de tortuga.

Lo que encontrarás en esta pagina no lo sé ni yo. Quiza cuentos de aquellos que de cuando en vez exhudo por mi boligrafo, Tal vez pensamientos cuya originalidad sea harto dudosa o, con un poco de suerta para ti, querido lector, nada que te merazca la pena hacerte perder tu precioso tiempo y, entonces, borrers de tus contactos esta infima pagina que no tiene pies ni cabeza.

Se vienvenido a este lugar incierto cuyas coordenadas se me perdieron en cualquier rincón pero que va a contener pensamientos o sueños que solo tú sabrás si de algo te sirven o en algo te acompañan.