lunes, 14 de febrero de 2011

Cuento de un rayo de luna (segunda parte)

Veo como ha volteado Olalla, o doña Olalla, que es como la llaman los de aquí, la mano mientras un rayo de luna se la traspasa iluminándola por dentro y desvío la mirada hacia la olla tan apetitosa que sigue borboteando lentamente sobre las brasas. Bostezo y estiro las uñas y los dedos. estiro y encojo las uñas, estiro y encojo mientras decido que zona asearé ahora de mi cuerpo. Preferiría investigar dentro de la olla metiéndome de cuerpo entero o, tal vez, perseguir a esos trastos que corretean por el tejado con uñitas que tamborilean raudas en su carrera miedosa por atrapar cualquier comistrajo sobrante y poco vigilado. Sin embargo Olalla a estas horas somnolientas para los hombres se tumba en el el divan de los flojos muelles a soñar recuerdos antiguos y futuros... Cuando entra no puedo resistir rozarle con todo mi espinazo sus delicadas medias como de tela de penélope que trajo por centenares de la habana. La saliva me chorrea incontrolable ante la olla de Olalla produciéndome inevitablemente amnesia para todo aquello que me es propio según mi condición.

Yo debiera ser negro, lustroso, sedoso, brillante, de mirada peligrosa y atenta. Debiera pasarme las horas sentado con las manos apoyadas delante de mí, siguiendo con la mirada todos los movimientos de la estancia. Debiera llamarme Lucifer, Demonio, Relámpago o, tal vez, Rayo. Es posible que yo, incluso, debiera inquietar a las visitas de Olalla y debieran correr leyendas sobre ánimas, milagros, sortilegios, ... en las que la única certeza fuera que di testimónio y presagié. Sería de esperar de mí que, cuando la luna llena de enero asoma sobre los picos de los tejados, mi silueta debiera recortarse, negra, contra su blanco rostro. Soy un gato de bruja, de meiga, y de mí se espera que sea el nexo que conecta a la bruja con los mortales y con lo velado a la vista común.

Sin embargo soy un gato de palleiro. Gris a rayas todo el lomo, la parte exterior de las patas y la cola. El pecho, el cuello y la panza parece que se lo robara a un armiño. Sobre mi blanca cara visto un antifaz del mismo corte que mi lomo y mis orejas se yerguen puntiagudas y negras como aletas de tiburón. Soy un gatazo de cuatro kilos y enorme cabeza, tan ágil como vago. y tan pelota como listo. No soy ladrón porque Olalla reparte conmigo a partes iguales la pitanza abundate que le suministran entre todos sus visitantes. Pero si alguna vez, según ustedes, he robado algo, sepan que se equivocan. Tan solo soy un gran gourmet y entiendo que ese salmón dejado sobre la mesa de vuestra abierta cocina requiere de mi experta opinion felina que, con mucho gusto y relamiéndome, les doy encantado.

Como ves no soy un gato de bruja. Tampoco Olalla, la que tú, humano, llamarías mi ama, es una bruja. Yo soy un gato común y no hablo porque no me hace falta para vivir mi vida de gato. Olalla es simplemente una persona sencilla, tan verdaderamente sencilla que le pasa lo mismo que a todos los humanos que encuentran la verdadera sencillez de la vida. Olalla es como esas mentes sencillas que se dan entre pocos humanos. Almas tan sencillas como las de Don Quijote, Alber Einstein, Isaac Newton o Leonardo Da Vinci. Todos estos humanos tiene en común que miran sin prejuicios ni egoismo a su alrededor y, de una forma sencilla, comprenden lo que les rodea. Vosotros los humanos mas corrientes los tratáis de genios, de locos, o, como a olalla, de brujos. Yo, sin embargo, como soy un gato común, y estoy exhento del antropocentrismo que os caracteriza a casi todos los humanos, veo las cosas con la misma sencilla claridad que estas pocquísimas almas sencillas y nada egoístas que hay entre vosotros.

Yo, gato común, no siento extrañeza alguna frente al hecho de que, mientras os suelto esta parrafada, Olalla ha seguido contemplando un rayo de luna que traspasa su mano. Apenas han pasado unos pocos segundos en el tiempo de Olalla, pero mi tiempo, mientras, ha avanzado los suficiente para poder contar todo ésto que llevas leido. Para tí, humano comíun y auto complicado, te resulta dificil asumir que mi tiempo y el de olaya estén transcurriendo a distintas velocidades. Sin embargo Abert lo vió muy claro y muy simple:

Alber se percató de que percibimos por separado lo que es una única realidad. Aceptamos comúnmente que el tiempo y el espacio son dos entidades separadas y no nos preguntamos qué implica en nuestras vidas. Creemos que estas dos entidades, tiempo y espacio, son fijas e inamovibles y que nosotros nos movemos por ellas como mejor podemos. Pero Alber, desde su sencillez, supo ver claramente tres cosas esenciales. La primera que cualquier ente puede afirmar cuando se desplaza a una velocidad constante que está en reposo y el resto del universo se mueve en torno a él. La segunda que el tiempo es siempre una distancia recorrida que depende de la velocidad con que se recorra. Y la tercera es que todo observador puede afirmar que es él el que se mueve cuando su velocidad varia por causa de una aceleración. También se dió cuenta de que la materia siempre está buscando el contacto con la materia que le rodea y toda materia dotada de masa intenta atraer junto a sí a todo el resto de la materia que también esté dotada de masa. La materia, por tanto está siempre sufriendo una aceleracion hacia un centro marcado por su propio centro. A eso es a lo que los demás llamamos gravedad. La gravedad es la forma en que sentimos el perpetuo movimiento acelerado uniformemente hacia el centro de nuestro planeta. Alber, al conjugar todo ésto, se dio cuenta sencillamente que el tiempo y el espacio solo son perceptibles porque algo se mueve, y se dió perfecta cuenta de que cada objeto material dotado de masa es en si mísmo el tiempo y el espacio o, como lo expresó Alber, el tiempo y el espacio se alabean en torno a la masa. Concluir de esta observación que cada objeto dotado de masa tiene su propio tiempo y su propio espacio es lo mas natural. Concluir, por tanto, que existe un tiempo absoluto y un absoluto espacio es irracional. Saber, por tanto, que nada es simultáneo a nada se deriva del simple hecho de que cada masa tiene inscrita en sí misma el moldeo que le da al tiempo y al espacio en su deambilar imparable. ¿no te das cuenta, humano, que desde que salté de mi atalaya para cazar al roedor despistado hasta que tú percibieste mi acción en tu retina y aún luego, mucho después, tu inútil cerebro comprendió mi accion ha pasada necesariamente un lapso de tiempo tal que ya no puede ser simultánea mi caza y tu sorpresa?

Para mí, gato común, es totalmente natural percibir que yo mismo soy mi tiempo y mi espacio, que Olalla es su espacio y su propio tiempo. También es natural para mí saber que, al restregar mi lomo contra las medias de Olalla nuestros tiempos y espacios se sincronizan y corren parejos...

Y, como mi tiempo es mío y a mi modo lo administro, he decidio trasladarme raudo a los dominios de Morfeo. Iba a hablarte de como es sencilla Olalla para que la llames bruja. Pero como soy un gato común, cambio de parecer cuando me parece y ahora suspendo mi sincronía de tiempo contigo y te emplazo a que me visites mañana, que será dentro de un rato o tal vez de un año, y te contaré secretos que Olalla no guarda pero que nadie quiere saber.

viernes, 11 de febrero de 2011

El lobo y la luna de febrero

El tiempo de las heladas, de noches de cielos limpios y estrellados es el que suele encontrar la segunda luna llena del año cuando este lobo solitario abandona el calor de la cocina atraído inexorablemente por el resplandor azul plata que irradia desparramándose por los campos blanqueados de rocío helado. Choca mi piel contra el cuchillo polar del frío lacerándose mientras mi alma se desliza hacia el calor blanco que irradia tu enorme disco rojizo que asoma sobre el horizonte. El frío rasga mi piel de hombre dejando al descubierto este pelo prieto de lobo viejo liberándose mis movimientos. Ya mis manos y mis pies,. libres de piel de hombre, pueden ser patas y comienzan a trotar a zancadas largas y armoniosas. Muevo pareadas las patas de atrás hasta apoyarlas en la hierva justo debajo de mi pecho. Tiran los glúteos lanzando todo mi cuerpo en un movimiento armónico y suave a la par que veloz hacia adelante mientras mis patas delanteras avanzan por delante de mi cabeza. En el tirón las patas traseras se despegan del suelo cuando todo mi cuerpo se ha estirado por completo y se presenta en toda su hermosa longitud con el pelaje brillando en plata y oro lunar, saliendo y chorros de vapor de de entre mis fauces, toman leve contacto mis patas delanteras con el suelo y ya las traseras las alcanzan, apoyan y tiran de nuevo... en silencio sobre mis almohadillas galopo colina arriba y en la cima acaba mi carrera y me siento frente a ti. Inicio mi canto de notas largas, largas. Tú, alzándote durante una eternidad sobre el horizonte enmarcas en tu halo redondo mi figura para mostrársela a los pastores.... Tu lenta luz que niega el frío de esta noche de febrero arrastra las notas de mi canto derramándolo como lenta ola por la pendiente de la colina reproduciendo una vez mas el milagro del retorno de la la primavera. Nota a nota, Fotón a fotón, nuestra energía se reparte átomo a átomo por cada hierva, cada arbusto, cada roble, cada conejo, cada liebre llamando al despertar del letargo. Empieza la savia a correr despacio por las venas desusadas todo este invierno y la vida, una vez mas, se dispone a nacer.


Por fin tu halo deja de enmarcar mi figura y mi voz entona la ultima nota de mi canto y el milagro ya se ha producido. Tu sigues ascendiendo hacia el cenit e iluminas los campos helados, los robles congelados, las bocas negras que parecen sin vida de las madrigueras de los conejos, los tejados de los hombres por cuyas chimeneas salen tenues vahos de rescoldo apagado y nada parece haber cambiado tras del milagro. Hemos hecho nuestro trabajo: hemos puesto en marcha la primavera pero aun tendrás que andar otros 28 días tu carrusel cotidiano para que el mundo comprenda que, como cada año, el milagro se ha producido.


Continúas ascendiendo al cenit contando lentamente constelaciones mientras yo sigo sentado en la colina siguiendo con la mirada tu camino. Canto, pero en voz muy bajita, las notas largas de nuestra canción ahora ya inútil porque el milagro ya está hecho. Sin embargo ahora ya no canto tu energía renacedora si no que canto tu distancia que me desgarra, tu promesa de ausencia y la esperanza de tu puntual regreso. Con una lágrima desvío la mirada de ti para despertar mis músculos lentamente, incorporarme y descender la colina en soledad. Voy recogiendo los jirones de mi piel humana y me los voy vistiendo notando su dureza helada que me yergue sobre mis patas para parece bípedo de nuevo. Alcanzo la puerta de la cocina y corro hacia el hogar donde el rescoldo apenas ilumina ya la estancia y hecho una brazada de leña. Estiendo las manos sobre el fuego tiritando porque esta piel de hombre ha juntado demasiado frío. Ya soy hombre en todo mi aspecto cuando me acuesto en el jergón al lado de la lumbre. Por la ventana aun puedo verte y te ruego que mañana vuelvas puntual a la colina. Cantaré para ti mis notas largas, solo para tí porque ya hemos llamado a la primavera y mañana la canción será solo para acompañar tu camino al cenit..


miércoles, 9 de febrero de 2011

Este blog es muy aburrido

El correo electrónico me suministra la inesperada sorpresa de enterarme que hay unos pocos lectores de mi blog... Sencillamente no me esperaba que pudiera interesar a muchos lo muy poco que tengo para contar. O, mejor dicho, lo muy poco que quiero contar.


Esta entrada que hoy escribo es, además de para agradecer muy sinceramente que alguien se tome la molestia de leer mis cosas, para contestar a una crítica que he recibido y que me parece, cuando menos, justa y respetable:


Con mucha educación varios me sugieren que debería hacer modificaciones en el blog:


        • Modificaciones de diseño para hacerlo mas llamativo y atractivo.

        • Modiificaciones de contenido en dos sentidos: el primero hacer mas cortas las entradas y el segundo incluir muchas mas imágenes, vídeos y otros elementos que le den un atractivo mayor.


Aclararé, por tanto, que pretendo en este blog:


NO PRETENDO NADA EN CONCRETO con mi blog mas allá de entretenerme dando a conocer por el método de exposición simple los textos que voy pariendo con mi pluma. Como habréis observado, en su mayoría son cuentos que remedan de mala manera a otros cuentos escritos por grandes autores. Mi grano de arena consiste en contarlos a mi manera como los recuerdo y mezclándolos en un crisol cuyas variables son completamente aleatorias.


El aspecto del blog es totalmente simple, aséptico de comercialidad, salvo por los anuncios que google inserta, y, sobre todo, completamente exento de elementos que desvíen la atención del puro hecho de leer. Esto lo hago así a imitación de como es, estéticamente hablando, un libro cualquiera, cuyo único atractivo visual se concentra en la portada. El resto del libro no es mas que una sucesión de caracteres tipográficos que narran una historia y es la historia la que debe prender en el lector.


Respecto al contenido permitidme que aclare que concibo mi blog como un libro de narraciones cortas, no como una revista.. En él deposito textos que se me van ocurriendo para que quien quiera los lea. No es responsabilidad mía lo mucho o poco que puedan gustar estos textos.


Os aclararé como escribo: Durante un rato pienso un hilo de una historia y luego me siento a teclearla hasta donde me venga la inspiración. Reviso la ortografía y la gramática y la vuelco al blog directamente, o la aparco en cualquier rincón del disco duro. Para continuar con un cuento que he empezado antes lo que hago es leer la parte anterior, pensar un ratito y, a continuación, escribir lo que se me ocurra y... ahí está: Otro fragmento del cuento!!!. Por supuesto que antes de escribirlo no tengo ni idea por donde va a transcurrir; ni cuando termino de escribir una parte sé por donde va a continuar la siguiente. Solo sé después de escribir alguna de las partes que ésa, la recién escrita, es la última del cuento que ahora me ocupa.


Y, por último, dejadme daros con toda mi sinceridad las gracias a aquellos que os tomáis la molestia de leer algo de lo que yo escribo. Además quiero pediros un favor: Leed mis cosas solo hasta donde os resulten interesantes. No me leáis porque sea yo quien escribe, leed porque os guste lo que leéis. Yo nunca leo el nombre del autor de un libro hasta que he terminado el libro para no condicionarme de manera previa a su lectura.


Gracias a todos por la delicadeza con que sabéis decirme que este blog es un puro aburrimiento.

lunes, 7 de febrero de 2011

Quijote de sábado en la noche

(Si Don Miguel de Cervantes y Saavedra levanta la cabeza no dudeis, mis amigos, que la mia cercena a bocados mientras arroja lo que de mí quede a los galgos o a los podencos. Le pidos mis mas humildes disculpas Don miguel por atreverme a remedarle en este pobre e insulso cuento, Ya sabe, querido maestro, que la ignorancia es atrevida y mi ignorancia es grande)


En un barrio madrileño, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha tanto vivía un hidalgo trasnochado de esos que buscan, un sábado noche alcoholizado, a dulcinea desencantada de la maleficencia que la convirtiera en labradora cabraloca, y, en como no la hallando en su pletórico resplandor de mieles de belleza, concluyen no haber Sancho cumplido su promesa de fustigarse las posaderas, beben otra copa y, cigarro en ristre, piropo antiguo, baba colgante y evidente, traje lamparillado, mirada enrojecida y mas sueño y voluntad que acierto, aborda a la gorda aquella meneante que, con sorna, le despacha y se oculta, risitas y cuchicheos, tras de sus amigas.


Bamboleos y tumbos, advertencia de algún camarero, un portero de garito que le dice “no”, le van empujando a la estación del metro donde le retumba la cabeza el primer convoy de la mañana devolviéndole la consciencia del ridículo, la cruda realidad solitaria y devolviéndole a su sesentametrino piso de dormitorio con cama de muelles flojos, cuarto de baño nunca silencioso, amarillo y oloroso, salón de sofás de símil piel gastados, nevera con carne de tercera pero de otra era y algo verde, una panera de corroscos repleta, cuatro latas de anchoas, sartén multiusos abollada y requemada, espumadera, lavadora andarina con mucha marcha terror de la vecina, una chavala que por cuatro perras barre para debajo de la cama y una portera que por lo que le queda aún, le deja rebañar del pote de las lentejas. Es esta y no otra la hacienda del que, dicen, llamaban Pepe o Pepito que en esto los eruditos estudiosos de esta certera y dolorosa historia no acaban de ponerse de acuerdo.


Transcurren sus días y sus semanas sin domingo. Ceden escandalosos los muelles de su cama bajo su peso al final de este sábado de pena que será gloria en sus sueños de quimera y amanece el lunes, - no recuerda si comió o bebió algo desde el sábado -, se incrusta en el metro. Ya en la obra acarrea, amasa, vuelve a acarrear, a veces bromea, silba a unas piernas que pasan, o solo babea. Bocadillo de la portera: tortilla hecha deprisa y quemada, nada de substancia, cervezas a la salida, mas metro, compra mas latas, pide mas pizzas, mas metro ruidoso, pagar a la chica que barre para debajo de las camas. No queda pela pero en tres o cuatro garitos aún le fían. Cerveza de nuevo, charla hasta las tantas con una moza desocupada que le cuenta sus desavenencias amorosas, le agradece la gran amistad que les une y le deja con la palabra en la boca y la soledad cotidiana, mas presente que nunca, a la primera que ella ve a un maromo musculitos que dice, “nena, tú tendrás problemas conmigo”. “¡Dulcinea!”, Dice en silencio. Mira en torno esperando que nadie vea como se queda apartado a un lado. Habla a cualquiera sin saber apenas que dice mientras, corazón a 120 pulsaciones, decide esperar una o dos horas a marcharse para no resultar evidente ni gritar “¡Dulcinea!” Y ser ridículo y verla desaparecer para siempre. Cuenta los segundos y aún las décimas de segundo y, en lo que ella baila, se deja estrujar y se aleja en esos juegos de seducción que se sabe gastar, él solo revive un tanto cuando pasa por su lado a pedirle otro cigarro, que pague el cubata o, simplemente, decirle dos palabras para acentuar la curiosidad del maromo musculitos. Contando segundos y segundos que nunca se acaban de contar va pasando una hora y aún otra y él sólo espera que sea mañana. Mañana ella volverá contando excelencias del maromo. Aguantará. Pasado el maromo estará con otra víctima. Ella llorará un poco mientras mira y otea para encontrar al siguiente. Él, en silencio seguirá diciendo con infinita dulzura “¡Dulcinea!” Y se sentirá por una centésima de segundo feliz de acariciar el pelo de la que parece tan deshecha. “¡Dulcinea!”.

Toma valor nervioso, -“apúntamelo, Mariano en mi cuenta”- y sale directo a clavarse los muelles de la cama en el costado. Sigue el martes o el miércoles o el jueves porque el dia es igual a cualquier otro y se encuentra de nuevo con un primero de mes de paga, demasiada cerveza, risas y juerga galopante a la que sigue otro día de masa y acarreos.


Un dia segundo del mes del equinocio de primavera chillan los frenos del metro en la estación de Banco de España escupiendo ríos humanos apresurados hacia sus oficinas y arrastra a Pepe hacia la mortecina luz de las ocho de la mañana en la calle de alcalá. Apresura el paso para doblar hacia Recoletos pero una nube surca su mirada y una lágrima muy vieja acierta a salir rodando mejilla abajo despeñándose sobre las baldosas rojas y blancas de los impares de la calle alcalá. Siente un temblor muy hondo y muy recóndito que va en aumento y siente algo rajarse como una sandía chocando contra el suelo. Mira sus manos rotas y arañadas de los ladrillos y el cemento para comprender que el tiempo se le escapa, los sueños no se cumplen, Dulcinea no aparece. Nace sorda pero creciente una rebeldía nueva. Baja sus manos al pantalón y se encuentra con su paga del mes prácticamente intacta, -¿quién pagaría las copas de anoche?-. Nota como conceptos muy básicos como El Deber, la responsabilidad y otros se diluyen en un éter vacío que los aniquila de todo sentido y 0echa a andar hacia la Puerta del sol mientras dice a un policía municipal y a dos voluntarios de protección civil –“hoy no me da la gana amasar cemento”-.


Llega a Sol, sigue por preciados hasta Callao y baja por Gran Vía hacia plaza de España. Cruza la plaza de España para enfilar princesa caminando por la línea divisoria de los dos sentidos del tráfico. Pitidos y palabras malsonantes le resbalan mientras prosigue su marcha goteando de cuando en cuando otra lágrima vieja y despistada. En Moncloa vuelve a la acera pero no se detiene. Camina por la cuneta de la A-6 y doce horas después comienza a subir el puerto de los Leones. En la cima, otras seis horas mas tarde, gira a la derecha, avanza cien metros y se sienta. No tiene frío, ni hambre, ni sed. Siente hormiguear las piernas y una maldición se le escapa del pecho en voz muy bajita. Otra lágrima vieja acierta a encontrar el borde del ojo despeñándose sobre los guijarros puntiagudos donde se ha sentado. Durante unos segundos contiene la respiración sintiendo como un fuego en el pecho va quemando lacerante con voraz urgencia. Nota como se tensan las cuerdas bocales; llena profundamente los pulmones y grita: -“¡hoy no me da la gana acarrear ladrillos!”-


martes, 25 de enero de 2011

cuento de un rayo de luna (primera parte)

Un último relámpago de sol en las postrimerías del atardecer penetra, cálido aún, por una rendija de la madera de las contraventanas. Millones de partículas de polvo cobran vida y materia cuando el rayo las traspasa y acompañan su recorrido por la pared opuesta hasta que se apaga definitivamente dejando la habitación a obscuras, con sueño, y con canciones de carcomas afanadas en las vigas requemadas del humo de la chimenea. Roen los ratones y un gato negro expande sus pupilas iridiscentes que emiten una luz peligrosa y se desliza sobre las almohadillas de sus patas, sin sonido, acechando y preparando la envestida, cuando se abre la puerta y entra la claridad hiriente de una antorcha que avanza por el cuarto directa al hogar; cae sobre los leños ya dispuestos inflamándolos casi instantáneamente. Huyen los roedores y el gato, decepcionado por la frustrada caza, se acerca maullando a las medias de Olalla la meiga de Torneiros de Riocaldo


La llama ha menguado un tanto después del vigor inicial. Olalla coloca un tres pies sobre las brasas y, encima, una olla de mediano tamaño que pronto suelta un vaho apetitoso de caldo de berzas. El gato insiste incansable hasta que recibe un trozo de cuero cocido y se retira a un rincón a saborearlo. Se satura el olfato y deja de olerse la olla y sus efluvios. La llama mengua otro tanto mas y se queda hecha rescoldo luminoso. Arroja un tronco de carballo a la lumbre, que se quema despacio sin humo ni llama, y se tiende en un diván de muelles cantarines mientras evoca, como cada día, a aquel forastero que vino un día con su camioneta pregonando las excelencias de los colchones, somieres y divanes “El dormilón feliz”... No fue caro, pero fueron difíciles de domesticar esos muelles que, desde el primer día, cantaban canciones oxidadas. Enciende una radio tan ahumada como el resto del cuarto que suena en extranjero dulces músicas que hacen pensar en playas tropicales como las que conociera, hace tanto ya, en La Habana cuando su abuelo la reclamó para heredar su fortuna... que luego no era tal, sino un estercolero de deudas y fraudes que los acreedores rapiñaron sin piedad ni entre ellos. La voz femenina, de notas graves y reposada, de la radio recita versos de un tal Lorca, y desgrana las cuentas de un rosario hecho de canciones que se hacen mas y más empalagosas. Olalla se deja arrullar y rememora aquellas noches interminables en la esquina de los cafés y los hoteles de los ricos en el centro de la habana vieja ofreciendo por bagatelas y fruslerías un cuerpo que, sino fue el más bonito, fue joven y daba calor y, cuando menos, mereció el respeto que nadie le dio.


Humillación a humillación fue perdiendo la alegría y ganando los pesos de un pasaje que la devolvió hace un cuarto de siglo a Torneiros envuelta de un halo mágico de suposiciones y leyendas. Se trajo consigo un extraño naipe de figuras barrocas que ella llamaba Tarot y los de aquí acabaron llamándolo la baraja de Doña Olalla. Nunca supo en realidad como se metió a predecir y aconsejar a sus vecinos. No supo realmente jamas si existía algo mágico en sus pases. Solo sabía que mientras estaba distribuyendo las gastadas cartas sobre el tapete verde algo se adueñaba de ella y le hablaba en voz muy bajita susurrándole los secretos de sus vecinos. Alguna vez doña Olalla habló de los cuentos de la habana vieja sin pudor y sin querer encandilar a la audiencia; pero, como las más de las veces callaba y observaba desde el centro de un inmenso mar de melancolía, los de aquí, fascinados por su rara belleza inabarcable y sin edad, fueron añadiendo misterios al misterio e hicieron la leyenda tan de aquí que olvidaron que fue persona y la confirieron de dotes y artes de los antiguos druidas y la emparentaron y reencarnaron con éstos en un volver de los tiempos de Arturo y Breogán.


Olalla no logra rememorar cuando estuvo triste por primera vez. Solo percibe que la honda tristeza es parte de su más íntima esencia. Es como si siempre hubiera estado triste sin causa, como si la tristeza fuera una fibra, un hilo que teje su alma y la alumbra de conocimiento sobre sus semejantes. En sus pensamientos no hay juicios ni sentencias, solo una comprensión infinita de cada virtud cardinal y de cada pecado capital como si un crisol le revelara que los hechos de los hombres no son mas que puntas de tremendos bloques de hielo flotando a la deriva, dando tumbos entre las corrientes marinas, mostrando ahora al bienaventurado, ahora al pecador consumado, ahora al tibio, ahora al déspota, ahora al amante...


En un movimiento automático, a fuerza de hacerlo incontables las veces, desliza la mano a un cestillo lleno de hiervas aromáticas que lanza al rescoldo y sus ojos, entre el color de las aceitunas secas y la madera centenaria que conforman las vigas de la estancia, aumentan de brillo y se humedecen. Desde la distancia de su infancia oye su voz de niña, olvidada tanto tiempo, que la llama y la invita a abrir los ojos y mirar hacia su mano. Mira despistada atendiendo a la voz. Observa su mano, sus dedos largos y finos surcados por cientos de marcas diminutas que narran historias de las faenas de cada día y se duelen lacerados de los jabones. Observa las líneas de la palma que forman dibujos jeroglíficos que parecen que hoy quieren revelarse en todo su significado y Olalla presiente que conoce su significado, que cuentan, si aprende a leerlos, toda su historia. Quiere contemplar el envés de ésta, su mano, en la que nunca antes había reparado y la voltea rotando la muñeca mientras se le cuela en la mirada el haz de un rayo de luna que atraviesa una raja de las contras de la ventana.


sábado, 30 de enero de 2010

un sabado por la tarde

un sabado por la tarde en mitad de la nada llena de pinos, robles, alcornoques, hayas, fresnos, zarzas y toxos y buscando niscalos que ya no hay. estoy soñando con una cena de chorizos comida directament e en el fumeiro de alguna cocina antigua.... Esto es la viuda de un fin de semana cuando uno se pirde lejos del barullo ciudadano en mitad de la galicia profunda... A estas horas, las ocho menos cuarto de la tarde, pienso que no es natural nuestro modo de vida: nuestro cuerpo ha sido preparado para otro estilo de vida dentro del reino animal, pero hace una porrada de milenios nos rendimos a nuestra propia inteligencia y, desde entonces, hemos emprendido una carrera sin retorno para alejarnos de nuestro propio ser de animal integrado en su nicho del ecosistema que le corresponde.

La naturaleza nos preparó para no estarnos quetos nunca, pero nosotros hemos optado por vivir en lo sedentario y crear maquinas que nos faculten la vida y crear medicina que no la prolongue hasta el infinito... pero no volveremos atras ya nunca.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Cuento de la luna llena (primera parte)

Ronca, rasga, gruñe y rechina la piedra del molino avisando al molinero que la tolva se ha quedado sin grano. Despierta como la centella y, antes de pensarlo siquiera, ajusta los husos y las poleas para levantar ligeramente la piedra superior de la rueda del molino; separa el último puñado de harina molida que se ha quemado por la excesiva velocidad de la rueda al irse quedando sin grano; vuelca varios sacos sobre la tolva y, cerrando los ojos aún adormilados, se las promete felices de volver a su camastro cerca del tejado a seguir soñando con... ¿con qué?... ¿Y esa claridad?, ¿Habrá amanecido?. No había encendido el candil y en el hogar hay rescoldos tibios pero ya sin llama; sin embargo la luz del ambiente define los objetos con esa claridad blanquiazulada que los dota de todos sus atributos excepto del su verdadero color, tal como se dibujan en los sueños más vívidos. Le entra la duda; ¿seguirá dormido?. No es posible. Años de experiencia y convivencia con las piedras del molino no engañan a un molinero con sus canciones bruscas pidiendo mas harina. La piedra reclamó el grano para molerlo y el molinero atendió puntual la tarea. Se pellizca y sabe que no duerme. Pero la claridad ha variado haciéndose como leche, saturando la retina de blancura. Las muelas, los sacos de harina y grano, el pote que hay sobre las brasas y los tizones humeantes, el camastro, las tejas del tejado... Todo ha cedido su atributo de color mudando en una infinita gama de blancos, blancos níveos, cálidos, gélidos, lechosos, marmóreos, calcáreos, salinos, blancos tantos y tan diversos que no hay sitio para otros colores ni para grises o negros aún cuando sea por negación de tanto blanco. La luz blanca sigue creciendo, pero como ya no puede saturar mas la retina se empieza a hacer líquida, como niebla, al principio, como torrente caudaloso o como manantial fresco. El molinero siente como la luz moja su piel y comienza a beberla antes de que le ahogue. Siente que el aire está siendo reemplazado por esa luz que se ve, se toca, se oye, se huele, se saborea y se respira. Mira al tejado y ve como toda esa blancura se derrama por las goteras y los canales de las tejas como la lluvia copiosa del mes de febrero y los goterones hablan con voz adolescente de mujer. Y entiende, por fin, lo que dice la voz:

¡Abre!, ¿No me habías llamado tantas veces?. ¿No me habías mirado tantas veces en silencio llorando, pidiendo que algún día fuera solo tuya... aún cuando sabías que todos alzaban la vista hacia mí y todos y ninguno me poseía?. ¡Abre!, ¡Soy yo, la luna llena, que vengo a llevarte de aquí!

Cuento de la luna llena (segunda parte)

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La alarma fue dada por las lavanderas. Estas habían salido con el primer rayo del alba, río arriba, con su carga de miserias ajenas, cuando, al azar, la más pícara, mirándose en los reflejos del agua por ver si aún se notaban huellas de la noche pasada, vio como hebras de hilo blanco o culebrillas fosforescentes que fluían entremezcladas con la corriente. Se paró curiosa y llamó al resto para que vieran el prodigio que estaba sucediendo. Poco a poco desaparecía el agua del río y era sustituida por infinitas y minúsculas hebras de luz; de una luz que a todas era familiar; tan familiar que no podía reconocerla. Una rompió el silencio que se había instalado sobre el grupo:


  • ¡Parece...! ¿¡Es luz de luna!?


Se quedaron pasmadas.


Se filtraba por sus corazones algo entre miedo al prodigio, incredulidad y fascinación. Avanzaron unos metros para dar una curva y divisaron el molino. ¡Se estaba licuando o fundiendo como un muñeco de nieve! , ¡No, no!, no se fundía, era como si algún gigante estuviera vertiendo una gran cucharada de queso fundido sobre la construcción; pero no era queso, era luz. Todas supieron al instante que esa luz podía tocarse, olerse y beberse.


  • Parece que alguien estuviera vaciando un pote de queso de luz –decía una- encima del molino y el sobrante se fuera por el canal abajo. ¡Si parece que tiene hasta el hilo de ir resbalando del pote!


Miraron hacia el techo y vieron ese hilo de luz que descendía derramándose sobre el molino. Lo siguieron con la mirada hasta topar con ¡la luna!. ¡La luna se está derramando sobre el molino!. Se vaciaba por el vértice inferior que presenta en su fase creciente. Sin embargo hoy tocaba luna llena y estaba como si estuviera menguando pero no por el lado de menguar sino como si estuviera creciendo al revés y a simple vista. Corrieron todas dejando las cestas de la ropa atrás y alguna en el colmo del miedo aún tuvo tiempo de apreciar como Eulalia la tullida las adelantaba flexionando en la carrera la rodilla que nunca antes había podido doblar.

Cuento de la luna llena (tercera parte)

El rumor circuló por Torneiros de Ríocaldo y toda la comarca de Lobios y el Gêrés más veloz que los aluviones de principios de la primavera. Antes de la hora del almuerzo está todo el pueblo congregado espontáneamente en la tienda-café de Evaristo. Acaba de llegar el último grupo que había subido a eso de las once hasta el molino. No hay mucha variación en lo que cuentan, pero han visto sacos de harina fuera del molino y se atrevieron a cargar uno. Don Senén, el Sr. Juez de paz, se hace cargo de abrir el saco que relumbra como si dentro hubieran metido una vela. Desparrama un buen puñado de harina impregnada de luz sobre el mármol antiguo de una mesa de las de jugar al dominó y todos retroceden un paso. Es harina, sí. Pero esta como mezclada con motas o granos, aún más tenues que la propia harina, de algo que es luz de luna sólida. Silencio denso, respiración contenida. Las miradas van del saco de harina a la mesa, del juez al alcalde y de este al único licenciado, además del cura y del boticario, que hay en torneiros. Estallan todos a una en comentarios: vociferan... hay quien reclama al cura que certifique el milagro y los más le ruegan que exhorcise a aquel saco venido del Maligno. En medio del caos de voces, inexplicablemente, oyen todos claramente el tintineo de las campanillas de la puerta del café. Se vuelven a tiempo de ver cómo termina de abriste la puerta, con mucha calma, despacio, movida por una mano apenas recubierta de una piel traslúcida llena de pliegues centenarios y con un algo femenino que habla de una mujer que debió ser hermosa. Entra una figura casi etérea, casi sin solidez, cubierta por un chal negro de lino muy bien calcetado. Un pañuelo de seda sujeta el naciente de un cabello nevado por completo que alumbra tanto como la harina del saco. Es una mujer cuya cara emite un aura de antigua hermosura que los ciento tres años que arrastra no han podido ocultar del todo. Los más jóvenes no la conocen porque lleva mas de treinta años convaleciente en su cama esperando dar el salto al otro lado. Susurra alguien al cura que Dña. Iria, así se llama la mujer, era meiga y de las de armas tomar, que, decía su padre, que los viejos la temían y confiaban en sus remedios. Doña Iria avanza por el local dejando tras de sí una estela serena. Alguno se pregunta si camina o simplemente flota a algunos milímetros sobre el suelo. Una eternidad después, que a todos ha ido subyugando y calmando, llega al saco y mete la mano. La levanta y deja escurrir la harina-luz entre sus dedos mientras sonríe evocando tiempos remotos. Regresa desde muy ayer y sonríe a los de hoy con tal intensidad que todos tienen la sensación de que todo es perfecto y está en total calma. Una vocecilla leve y cristalina emite un “¡hum!” que hace callar incluso a las moscas y habla:

- ¡Ya está la Luna llena otra vez haciendo de sus misericordias!. La luna es fría y cruel para con sus amantes. Ignora plácidamente todos nuestros asuntos y se ríe en nuestra propia cara de nuestros fracasos y desazones. En general le importamos un comino a la luna llena. Nos observa y aprende nuestras historias para reírse allá en su Olimpo inalcanzable. Y se ríe, sobre todo, cuando alguno la dedica su amor y padece por ella. Conoce nuestra alma como nosotros conocemos la cama en que dormimos cada noche y, de tanto conocernos por dentro y por fuera, a veces toma partido. La luna sólo no se ríe cuando percibe que un alma humana rica en amor se va llenando de agujeros. Agujeros grandes y pequeños, agujeros que traspasan el alma de punta a punta, agujeros taladrados por la soledad que deja el que te abandona o te olvida. Agujeros perforados por la iniquidad de quien no te supo querer. Agujeros que horadan la vida como la carcoma en sus partidas de injusticia e incomprensión. Cuando la luna llena ve un alma en la que nace un agujero no actúa, pero deja de reírse por un instante. Pero, si los agujeros son tantos que ya no queda alma para contenerlos, la luna deja de sonreír, se inclina un poco, se hace líquida y se vierte sobre la mutilada alma para rellenar todos y cada uno de sus huecos y agujeros. Luego luna y alma se funden y se desparrama por los campos y los arroyos, descienden a los ríos y se van a flotar sobre el mar para que el sol las regenere y las evapore devolviendo una luna nueva a su residencia olímpica. Así la luna se va haciendo sabia fundiéndose con las mejores almas de los humanos. Así va riéndose cada vez más, en una escalada infinita de humanas experiencias, de las pobres vanidades de los egoístas que la contemplan y la pretenden. Los que, por un casual, se topan con la Luna fundida fluyendo en busca del mar deberían beberla: aquellos de alma noble sentirán una nueva energía que remplazará su sangre y serán clarividentes. Pero los que portan inquina en su corazón serán erosionados poco a poco hasta su desaparición. Y ahora: ¡bebed la luna!

miércoles, 4 de marzo de 2009

el caballero bajo la ventana


Se asoma a la ventana de su alcoba para comprobar, una vez mas, que el caballero sigue ahí, impertérrito, bajo el balcón. Hace diez años se apostó ahí y sólo dijo una vez:

-“te amo, Juana”

y calló para siempre.

Ella al verle sintió entre risa y lastima de ese esperpento. Miró su cuerpo enclenque incapaz de vencer a ningún caballero, su pierna tullida que apenas le ayuda a sostenerse en pie, sus ojos que no miran a ninguna parte ni nada dicen, ojos que no saben expresar ni saben de la intensidad ni del lenguaje; Miró su simplicidad y su fealdad y sintió lástima y risa.

-“¿Cómo osas amarme?, ¿Qué puedes darme tú, simple y feo? ; Yo, reina de reinas, podría regalarte por un tiempo lo que no mereces pero perdería mi corona ante mis vasallas. Aléjate, o sé mi mas humilde paje; pero no sueñes mis favores... ¿Es que no comprendes que yo soy miel y tú, boca de asno, no puedes paladearme?”

El caballero, desde una remota profundidad respondió con una voz triste y desagradable:
-“Te amo, Juana, porque soy como tú, un corazón que vive en soledad. Te esperaré aquí bajo el sol y bajo la lluvia hasta que te desprendas de tu ropaje de divina y seas mortal como yo”.

Desde entonces el caballero sigue apostado bajo la ventana y ve como el tiempo le desmigaja el rostro, la sonrisa, le clarea el pelo y le vacía aún mas la mirada. Diez años bajo el balcón consumiéndose bajo los elementos, anquilosado de no moverse y, de pronto, sacude los músculos, reúne los movimientos, se apoya en el cayado y, a trompicones, comienza a andar hacia el horizonte sin importarle el frió ni la nieve que le azotan inmisericordes. Juana nota como se le rasga la blusa, primero, y luego la piel y la carne y sale de entre sus costillas un líquido espeso que se derrama hasta el suelo adoptando forma de corazón. No siente ningún dolor y perpleja mira como esta forma que ha salido de su pecho se desliza como un caracol acertando a tomar el rumbo de las huellas del caballero que se aleja sin volver la vista atrás.

-“¿Qué eres tú, que has salido así de mi pecho?”.

- “Soy tu corazón que me marcho tras la estela de soledad del caballero que se aleja. No te sorprendas, Juana, soy tu más intimo yo, que he decidido abandonarte porque tú nunca me has conocido y el caballero sí supo de mí y me amó desde que me vio. Ahora marchamos los dos a una aventura sin retorno y te dejamos en medio de tu soledad y tu incuestionable belleza de Diosa. No te preocupes pues no sentirás dolor alguno dado que ese sentir me correspondía a mí, tu mas intimo yo, y te dejo para siempre”.

Carta a la luna de un lobo.


Los amores son como el sol de verano en la playa. Apenas puedes levantar la vista hacia él, que te deslumbra. Te tuesta y te da bronce, te quema cuando te descuidas. Apenas sabes como es su rostro porque no puedes sostenerle la mirada. Los amigos son como la luna. La miras y parece que deslumbra pero conoces su rostro porque no hiere la retina. Brilla con luz prestada y no siempre la ves. El Sol te quema aun cuando pretendas ignorarlo y cuanto más lo ignoras mas te quema. La luna esta siempre ahí arriba mirando y la encuentras cada vez que te acuerdas de ella. La luna desaparece de tu mente pero no se va; está ahí siempre para cuando quieres acordarte de su presencia. A veces la luna, cuando el sol desaparece por un tiempo de la vida, se empeña en dar el calor que su prestada luz no alcanza a producir... entonces los luneros salimos a contemplarla, manada de devotos sin ídolos, y lloramos las ausencias y los recuerdos.


Yo, que nací luna, quería ser Sol. No quería siquiera ser un sol de playa mediterránea de esos que sacan los matices azules de las casitas enjalbegadas de blanca cal que se acuestan sobre las colinas mirando hacia la mar. Mas bien quería ser un sol de media mañana en el mes de febrero que disipa un tanto el frío de los huesos y desentumece las manos de los labradores. Quería apenas ser un sol de invierno que se asoma tímido a través de las despistadas nubes que apenas recorre un corto tramo del día y ni siquiera alcanza el cenit ni llega a las umbrías donde el hielo se refugia hasta casi final de la primavera. Apenas quería ser un sol tibio y discreto y confortable que seca las alas ateridas de los pájaros y saca, por un instante, a los conejos recién nacidos de las madrigueras. Un sol, en definitiva, de esos que se deja vencer por los elementos y solo calienta cuando éstos se lo permiten. Pero un sol, eso sí, que brille con luz propia y que ciegue la retina de sus contempladores.


Pero soy luna y acompaño los sueños con mi pálida luz prestada. Floto aquí en el negro espacio y siento el frío de una luz insuficiente. Irradio esa luz gastada intentando calentar algún corazón solitario que me mire. Mi luz me la prestaron muchos poetas que hablaron de todos los sentimientos de la especie elegida dejándome sus palabras mágicas que intento hilar sin mucho concierto. Me prestaron también su luz todos los filósofos del mundo que quisieron definir al homo sapiens sin conseguirlo y yo navego y me mareo entre tanta idea. Y cada humano que acertó a pasar ante mí sin percatarse de mi presencia también me prestó su luz de sentimientos, contradicciones, melancolía y amor que yo acumulo sobre una bandeja de latón sin saber cómo administrar. Toda esa luz, infinitesimal parte de la luz, pero tanta luz para mí, voy irradiando con toda mi fuerza con un brillo que no tengo y un calor que apenas alcanza a llamarse tal.


Soy hijo de la luna y, cuando el mundo descansa, yo salgo a cantar la canción del lobo solitario sobre los montes y las colinas. Un canto viejo lleno de notas largas y melancólicas que habla de los sueños que no se realizan nunca, que cuenta cómo las princesas en sus castillos esperan la venida del príncipe azul y recelan de la noche que pudiera herir al amado, que relata cómo un amante llora a la ausente hasta el amanecer, que narra los recuerdos de una anciana que desgrana un último rosario antes de emprender un definitivo viaje sin retorno.


Soy lunero, alma hecha de ladrillos de melancolía, respiro melancolía y vivo navegando por un océano de melancolía acercándome de cuando en cuando a las playas de lo humano a sentir la envidia del solitario. Me escondo tras las rocas a admirar a los hombres y sueño las palabras que hilaría en honor de ellos. Reúno valor, si lo hay, y salgo a la arena con mi piel prestada de hombre a decir mi discurso. Pero, apenas la voz se forma en mi garganta, así como nace, ya muere desolada porque comprendo que no voy a decir nada. Siento entonces miedo del humano, regreso a las rocas, miro un momento atrás intentando recuperar el valor y, al final, pongo proa al centro de mi océano de melancolía donde está mi hogar verdadero y mi pobre esencia. Ahora estoy de regreso en mi hogar, en el centro de mi océano de melancolía y soledad. Estoy cansado y no quiero regresar a la humana playa. Siento un miedo viejo, rehuyo a los hombres porque son más grandes que mi comprensión y su contacto me reduce a nada, a mí, que apenas soy fotón de la prestada luz de una luna llena de febrero. Estoy bien aquí en el centro de toda la melancolía. Aquí soy yo. Aquí manejo mi máquina de tejer sueños y construyo un universo en miniatura suficiente para mí. Solo me turba saber que los límites de mi universo están cubiertos por una piel de hombre que los otros hombres ven. Me turbo porque los que me ven esperan que tras la piel haya, eso, un hombre y yo apenas puedo ofrecerles un fotón, un lunero, un lobo tímido y huidizo que espera que cualquier mano, que quizá solo pretendía acariciar, lleve un palo de duro abedul presto a golpear.


¡Oh, Dios, si es que eres!, ¡Que dificil me resulta, minúsculo fotón, corpúsculo elemental de energía, simular ser hombre y no desaparecer en el intento!. Estoy tan bien en el centro de mi soledad, en el fondo de mi melancolía, que no llego a comprender qué me impulsa a navegar a la playa de los hombres. Aquí soy un sueño que se sueña a sí mismo, pero en la playa de lo humano soy grano de arena que nunca quiso ser tal. No quiero ser arena que los pies hoyen, quiero ser fotón de la luz prestada a la luna que viaja solo y consciente por el espacio frío navegando sin timón ni norte.


martes, 3 de marzo de 2009

Bienvenidos.


Heme aquí ensayando algo nuevo: Suelo poner la lavadora de los pensamientos en la soledad de mi cuarto sin testigos ni oyentes. No me importa ello demasidado porque así lo he hecho siempre. Sin embargo hoy me ha dado la ventolera de lanzar a un mundo virtual los desechos del centrifugado de mi mente con la esperanza vana de que a alguien, de algún modo, le sirvan para echar una sonrisa mientras piensa que este autor está un mucho desequilibrado o, quiza, corriendo hacia la demencia senil a paso de tortuga.

Lo que encontrarás en esta pagina no lo sé ni yo. Quiza cuentos de aquellos que de cuando en vez exhudo por mi boligrafo, Tal vez pensamientos cuya originalidad sea harto dudosa o, con un poco de suerta para ti, querido lector, nada que te merazca la pena hacerte perder tu precioso tiempo y, entonces, borrers de tus contactos esta infima pagina que no tiene pies ni cabeza.

Se vienvenido a este lugar incierto cuyas coordenadas se me perdieron en cualquier rincón pero que va a contener pensamientos o sueños que solo tú sabrás si de algo te sirven o en algo te acompañan.